Se trata de ir uniendo con un hilo fino tejido con mis pasos y ruedas, todos y cada uno de los pueblos del Mediterráneo, los paisajes, las culturas, las construcciones, la naturaleza, el arte… Que el origen de nuestra cultura hasta nuestros días se puede encontrar junto a nuestro marMare Nostrum” el que nos une "el que no entiende de fronteras...."

miércoles, 30 de junio de 2010

Mayra

 TORMENTAS
Si mi padre me viera ahora pensaría que estoy loca, como mi madre. Mamá también hablaba con el mar, cada mañana salía al despertar el alba, bajaba andando  los 2 km que nos separaban del mar y allí se quedaba por horas, impasible, imperturbable, ajena. La gente del pueblo murmuraba que era a causa de la tormenta. Aquella tormenta terrible que barrió con lo que era una incipiente ciudad y se llevo 101 vidas, 203 casas, las ilusiones de muchos y la cordura de otros.
Yo tenía tan solo 8 años, recuerdo que  desperté en medio de una pesadilla cayendo en cuenta de que la tormenta era real, bajé las escaleras aterrada en medio de la oscuridad y fue entonces cuando escuché los gritos de mi padre llamando a mamá. Miré por  la ventana y alcancé a ver su silueta corriendo colina abajo y entonces grité desde lo más profundo de  mi miedo, grité con los pulmones, con el corazón, con todo lo que daba mi garganta, grité tratando de  que mi voz la alcanzara a través de los truenos; pero ella no escuchó, la tormenta había silenciado mi clamor. Nunca supimos por qué se fue y una especie de pacto tácito hizo que ni mi padre ni yo dijéramos nunca nada sobre aquella noche, solo que despertamos y mi madre  no estaba.  Tuvimos, como tantos otros, un funeral sin muerto. En el pueblo todos éramos dolientes así que no intercambiamos pésames sino miradas solidarias, abrazos y alguna taza de café. El luto nos cayó encima en forma de neblina permanente, cielos grises y mucha  oscuridad.
Durante 7 meses tuve la misma pesadilla recurrente cada noche: la tormenta, mi madre huyendo hacia ella y un velorio sin cuerpo presente. Pero con el tiempo aquél sueño horrendo me empezó a abandonar y en el pueblo poco a poco  se comenzaron a llevar los colores y las sonrisas al tiempo que  la playa lentamente recuperaba visitantes.
Mi madre apareció un 9 de septiembre. Habían pasado exactamente  2 años, 4 meses y 8 días desde la tormenta. Entró con su propia llave y se sentó en su sillón de siempre mientras  papá y yo la observábamos incapaces de articular palabra, al cabo de un rato se levantó y besándome con la ternura de antes me dijo que ya era hora de dormir. Ese día comprendí el significado de la palabra abandono y aprendí que el abandono duele más que la muerte. Nunca nadie me dio ninguna explicación, ni tan siquiera me contaron una mentira. La vida tan sólo continuó fluyendo casi normalmente, con la novedad de  las murmuraciones de los vecinos, mis sentimientos encontrados y las largas estancias diarias de mi madre en la playa. Pero hace 2 años volvió la tormenta, no importa que esta tuviera otro nombre, nosotros, las victimas, sabemos que es la misma. Fue esa noche que mi madre entró  a mi habitación, me besó en la frente y antes de decir adiós me lo explicó: que no me abandonaba, que nunca lo había hecho y que nunca lo haría, que era el mar que le hablaba  y que en los días de tormenta la llamaba, y que ella debía ir a su encuentro como también iría yo algún día. Esta vez no grité al verla partir, tenía ya 15 años y había aprendido a guardar mis miedos muy dentro. Tampoco la velamos esta vez. Mi padre recogió en silencio sus ropas y sus fotos y las quemó en el jardín, dejando que el viento llevara  hacia el mar las cenizas de su recuerdo.
Desde entonces vengo a la playa a la espera de que el mar me hable. Pasó las horas aquí sentada, me llenó los ojos de azul y el corazón de paz pero no escucho ni una sola palabra. Hasta hoy.
Hoy oscureció a pleno día, la noche cayó de tajo y la gente apresurada cerró los negocios y se atrincheró en sus casas. Mi padre se encerró en su habitación sin decir palabra y yo me quedé en la ventana mirando cómo se formaba la tormenta. La misma tormenta de siempre, con otro nombre pero la misma. Y entonces lo escuché, primero muy quedo y luego cada vez más fuerte, su voz retumbando por encima del ruido de la tormenta. Era el mar que me hablaba, el mar que furioso me reclamaba a su lado. Un mandato obligatorio, impostergable, ineludible. Bajé corriendo la colina, los 2 km que me separan del mar, y ahora estoy aquí, como una loca, en medio de una tormenta mortal conversando con el mar, adentrándome más y más en sus aguas poderosas, sintiendo toda su fuerza sobre mí, haciéndome una con él. Ahora lo entiendo todo y soy feliz, ahora me reencuentro con mi madre.
Mayra Cespedes Moreno

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